Contrario a lo que una persona común pudiera pensar, un desarrollador inmobiliario no es un constructor, ni un diseñador de proyectos, ni un mago que hace aparecer de pronto edificios en lotes baldíos. Desarrollar y construir, en este contexto, son palabras que se relacionan, pero de ninguna manera son equivalentes.
Además, no todo inmobiliario es desarrollador. Hay personajes bastante conocidos como el agente inmobiliario y el asesor inmobiliario quienes, si bien poseen conocimientos valiosos, especialmente en el aspecto comercial, no participan de forma directa del juego financiero cuyas reglas sí debe conocer y aplicar con sapiencia cualquiera que se haga llamar desarrollador inmobiliario. Entonces, quien se dedica a esta apasionante labor tampoco es un vendedor de propiedades, ni un promotor de bienes raíces.
Entonces, ¿qué sí es un desarrollador inmobiliario? Dicho en pocas palabras, es el profesional encargado de crear un modelo de negocio para rentabilizar bienes inmuebles. Así, el desarrollo en sentido general es la integración de todas las vertientes, la hábil orquestación de todos los engranes para poner en marcha la maquinaria inmobiliaria y hacerla funcionar. El fin último de un desarrollador es simple, pero nada sencillo: multiplicar el patrimonio de los inversionistas.
Así, el desarrollo inmobiliario se enfoca mucho más en las finanzas que en la construcción propiamente dicha. Por eso, un profesional de este ramo tiene la misión de diseñar estrategias para obtener las mayores ganancias posibles de bienes inmuebles, por ejemplo: gestionar esquemas de preventa para las viviendas de un complejo habitacional, diseñar mecanismos de inversión, coordinar esfuerzos para capitalizar las obras en construcción, entre otras.
Uno de los grandes retos del desarrollador inmobiliario es un desafío monumental: quedar bien con todo mundo. En tiempos tan complejos y necesitados de proyectos responsables como el actual, el capitalismo consciente es un faro que guía las acciones de cada vez más desarrolladores, volcados en generar riqueza generando a la vez mejoras sociales, urbanísticas y ambientales. Suena a utopía, pero hacer cuentas alegres con tirios y troyanos es una exigencia cotidiana para quien se dedica a estos menesteres financieros, tan complejos como fascinantes.
Algunas piezas básicas del modelo de negocio para el desarrollo inmobiliario se pueden resumir en cuatro puntos:
- Diseñar la estructura del capital: ¿de dónde se obtendrá el dinero? ¿Por medio de inversionistas, de capital semilla, de un esquema de preventa, de créditos puente o bancarios?
- Crear un plan de aceleración comercial: ¿cómo se venderán las unidades? ¿Cuántas cada mes?
- Armonizar la rentabilidad de los proyectos con la liquidez de los desarrolladores.
- Liderar equipos sólidos de trabajo, que deben estar idealmente conformados por asesores externos como un banquero, un abogado, un contador, un financiero y un planeador fiscal; y por colaboradores internos que destaquen por su actitud de aprendizaje, de servicio y, por supuesto, por su ambición de crecimiento en todos los aspectos.
Por otra parte, un desarrollador inmobiliario, más allá de su formación profesional, necesita reunir ciertas cualidades:
- Liderazgo.
- Empatía.
- Visión financiera.
- Conocimiento del mercado inmobiliario y del ámbito de la construcción.
- Capacidad de coordinar equipos multidisciplinarios.
- Habilidades de comunicación asertiva.
- Conciencia socioambiental.
En We City conocemos a detalle nuestro negocio. Lideramos una desarrolladora inmobiliaria y un fondo de inversión que asume la tarea de desarrollar un terreno, beneficiar a la zona urbana en que se encuentra y abonar a la armonía comunitaria, sin perder de vista el propósito de multiplicar el capital de los inversionistas. En suma, practicamos el desarrollo inmobiliario como una labor socialmente responsable que no se enfoca en levantar edificios, sino en construir riqueza y bienestar.
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