¿Cómo elegir el terreno perfecto para un desarrollo inmobiliario?

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De la misma forma que un escultor elige el material perfecto para la obra que ha soñado, el desarrollador inmobiliario se enfrenta al desafío de elegir, de entre todos las opciones del mercado, el terreno idóneo para edificar un proyecto arquitectónico rentable. Sobre esta decisión recae, en gran medida, el éxito o la desventura de un negocio de ladrillos.

Existen distintas estrategias para garantizar una elección sabia. Por un lado, el desarrollador tiene a su disposición algunas técnicas que podemos llamar tradicionales, como el estudio de mercado, que detalla el potencial de crecimiento de la zona y los huecos que pueden llenar un proyecto; la indagación sobre el precio por metro cuadrado en la zona, lo que ayuda a determinar una curva de crecimiento de la zona en cuestión; entre otros. Es necesario conocer, pero sobre todo conectar todo tipo de información —tangible e intangible, oficial o anecdótica, racional e incluso afectiva— acerca del terreno y sus cercanías, antes de fincar sobre él nuestro proyecto inmobiliario. Así, entran en juego aspectos legales, topográficos, urbanísticos, económicos.

El terreno, parafraseando a un filósofo español, es él y su circunstancia. Como desarrolladores inmobiliarios estamos obligados a observar no sólo las particularidades del terreno en sí —precio, estatus legal, medidas, inclinación, colindancias— sino también el entorno, la situación de calles y colonias aledañas; los planes del gobierno municipal para la zona en que el lote se ubica; su potencial turístico, comercial, urbanístico y de otro tipo; las vías de comunicación, los índices de seguridad, la infraestructura urbana y la dinámica comunitaria. El terreno trasciende su perímetro, su entorno forma parte de él.

La vocación de la ciudad en que se encuentra el terreno es fundamental, pues en cada escenario el capital se estructura de distinta manera. Por ejemplo, en una zona turística como Puerto Vallarta y alredores el retorno de la inversión suele ser mucho mayor que cuando se trata de proyectos en una ciudad como Guadalajara y su área metropolitana. Esto, porque en una localidad turística los clientes buscan invertir, generalmente con un capital más robusto, mientras que en una zona habitacional buscan una vivienda propia, por medio de un crédito hipotecario, lo que hace necesario que el desarrollador ponga más dinero de su propia bolsa o lo consiga por otros medios.

Existe asimismo un método poco ortodoxo, pero a menudo efectivo, que se consigue mediante la experiencia, la observación y la sensibilidad financiera del desarrollador: podemos llamarlo instinto, ese del que se valen grandes, medianos y pequeños hombres de negocios para tomar la decisión correcta, más allá de indicadores meramente cuantitativos. Son numerosos los proyectos inmobiliarios alrededor del mundo en los que un emprendedor con olfato muy agudo anticipó la prosperidad de una zona, población o ciudad que, según la cuadratura de los números, no tenía ningún futuro. Y lo consiguió después de mirar, con suficientes agallas, más allá de las obviedades. El caso de Las Vegas es emblemático de este fenómeno. Aquí en México ha ocurrido en los últimos años en la cada vez más popular Sayulita, y empieza a suceder, por ejemplo, en La Paz. Además —ojo con esto— se trata de dos destinos con al menos un denominador común: están enclavados en ambientes naturales de gran belleza.

Un desarrollador inmobiliario, entonces, traspasa las apariencias: usa sus sentidos, sus saberes y su sensibilidad financiera para no irse de boca con un terreno que parece insuperable, y para tampoco descartar de manera automática otros que no son elegibles en términos estrictamente cuantitativos. La razón al final tiene la última palabra, por supuesto, pero un desarrollador inmobiliario consulta a la emoción. (A la experimentada emoción, claro, no a su faceta más caprichosa y arrebatada.)

En We City dominamos los saberes teóricos y tenemos el instinto: elegimos el terreno perfecto y nos encargamos de gestionar proyectos altamente rentables, innovadores y con conciencia socioambiental.

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